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"El Pechocho": el delfín que decidió quedarse en Topolobampo y hacerse amigo de todos
El Pechocho es un delfín que vive en la bahía de Topolobampo, Sinaloa, y es conocido por ser amigable con los humanos.

FOTO: Luz Noticias.
Conocer al Pechocho no es solo una parada obligada cuando visitas Topolobampo, Sinaloa. Es una experiencia que se siente como estar dentro de una leyenda viva.
El sol refleja su brillo sobre la bahía, el motor de la lancha resuena mientras avanzamos entre manglares, y todos a bordo guardamos silencio, expectantes. De pronto, lo vemos: un delfín nariz de botella que se asoma asoma y se aproxima a nosotros, como quien reconoce a un viejo amigo.

El Pechocho es un ermitaño sociable, un delfín encantador que desde hace más de tres décadas decidió hacer de la ensenada del Bichi su hogar. Según cuentan los lugareños, su madre llegó aquí huyendo de un huracán, dio a luz a El Pechocho y al poco tiempo murió. El pequeño delfín, en lugar de seguir a otros grupos, se quedó para convivir con nosotros.

"Desde que lo metió la mamá aquí, aquí ha estado", cuenta Rosario Vega Michel, uno de los muchos prestadores de servicios turísticos que lo conocen desde siempre.
"Ha de cuenta que él lo conoce a uno, porque ya ven, nomás llegamos y se arrima", relata entre risas.
Y sí: Pechocho se arrima. Se deja ver. Se da la vuelta para que lo rasquen, especialmente la panza. Y cuando no está de humor, saca un palo. Literal. Se lo atraviesa como si dijera: "hoy no estoy para caricias, gracias". Ese es su lenguaje. Lo entienden los lancheros, lo respetan los turistas.

Viaje a conocer a El Pechocho
En Semana Santa, cuando el turismo se desborda, Pechocho pone límites. Se zambulle, aparece en otro sitio, juega al escondite. Pero jamás ha lastimado a nadie. "Más bien, él se acerca cuando oye niños. Le encanta la voz de los niños", dice Rosario.
La visita dura entre una hora y hora y media. Se hace en lancha, y no hay tarifa por persona, sino por embarcación. Y aunque parece una atracción turística más, los habitantes de Topolobampo lo ven como un patrimonio. "Aquí no se pesca, no se baña nadie. Se cuida porque es de todos", afirman los lancheros, quienes organizan turnos —a veces hay hasta 15 pangas esperando— para no estresar al delfín.

Pechocho no solo ha inspirado fotos y videos. También ha moldeado la forma en que una comunidad se relaciona con la naturaleza.
"Nosotros entendemos lo que él quiere y lo que no quiere. Le damos su lugar", dice Rosario con una mezcla de respeto y cariño.
Pechocho no fue entrenado, nunca estuvo en cautiverio, nunca actuó por premio. Simplemente, eligió convivir. Eligió quedarse. En un mundo donde la vida silvestre cada vez huye más de los humanos, el Pechocho decidió acercarse.
Si viajas a Topolobampo, no te saltes la etapa de conocerlo. No hay delfinario que se le compare. Él no está ahí para entretenerte. Está ahí porque quiere. Y eso lo hace absolutamente... pechocho.

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